En el mismo final había una llamita pequeña y tan débil que apenas ardía, apenas se removía, ora brillando con gran esfuerzo, ora casi, casi apagándose del todo.
— ¿De quién es ese fueguecillo moribundo? -preguntó el brujo.
— TUYO -respondió la Muerte.
Yennefer: "No queréis rehabilitarme a ojos del mundo, pues al diablo con vuestro mundo. Pero rehabilitadme siquiera a ojos de un brujo."